Action Park funcionó en los Estados Unidos por casi dos décadas, entre 1978 y 1996. Se trataba de un parque de diversiones cuyo predio estaba ubicado entre las colinas de Vernon, Nueva Jersey. Se presentaba como una promesa de aventura sin límites, un lugar para quienes buscaban emociones auténticas, sin filtros ni restricciones, pero en realidad era un destino donde las mínimas normas de seguridad estaban ausentes. Así, lo que en principio parecía un paraíso para los adictos a la adrenalina culminó por transformarse en “el parque de diversiones más peligroso del mundo”. Ese fue el merecido apodo que se ganó…
Action Park tenía una amplia gama de atracciones que iban desde emocionantes toboganes acuáticos hasta vehículos motorizados diseñados para tomar curvas a toda velocidad. Sin embargo, bajo esta fachada, se escondía una peligrosa realidad. Las instalaciones del parque desafiaban las leyes de la física y cualquier estándar razonable de seguridad, con una combinación de diseños riesgosos, una supervisión mínima y una dirección que priorizaba la ganancia sobre la protección. Esto constituyó un ambiente de caos, en el que el peligro era la única certeza.
Action Park atrajo a millones de visitantes y, a medida que la reputación del parque creció, también lo hizo la lista de tragedias vinculadas con él. Este experimento de entretenimiento sin control dejó un dramático resultado de seis muertes y miles de lesiones graves: conmociones cerebrales, electrocuciones, quemaduras, ahogamientos, infartos, huesos rotos, luxaciones, vértebras fracturadas y demás. Las víctimas fatales incluyeron tres ahogados, un ataque al corazón, un golpe mortal en la cabeza y una electrocución en un simulador de kayak.
Mientras que en los Estados Unidos suelen morir entre 3 y 4 personas al año en todos los parques de atracciones del país (con 270 millones de visitantes es una probabilidad del 0,003%), en Action Park cada fin de semana visitaban la sala de emergencias entre 5 y 10 personas al día. Llegaron al punto de avisar a las ambulancias para que esperaran en la puerta del parque y así estar preparadas para lo “inevitable”.
Pero es imposible entender lo sucedido en este parque sin comprender la filosofía de su fundador, Gene Mulvihill, fallecido en 2012. Fue un agente de bolsa de Wall Street que se dedicó a varias actividades financieras ilegales. Este empresario inescrupuloso permitió que adolescentes menores de edad e inexpertos manejaran el lugar sin ninguna clase de reglas ni orientación. Sus empleados participaron en múltiples actividades inapropiadas, desde fiestas de verano hasta fumar marihuana y tener relaciones sexuales en un galpón abandonado de la extensa propiedad del parque. La prohibición de venta de alcohol no estaba de moda en aquella época y se dejaba pasar. El resultado era que muchos días, tanto los visitantes como algunos vigilantes, iban borrachos. Según Mulvihill, el peligro era parte de la diversión y cuando los empleados proponían medidas de seguridad para reducir el riesgo, el dueño las rechazaba categóricamente.
Cuando la compañía que aseguraba el predio se anotició de la gran cantidad de accidentes ocurridos y comenzó a pagar las indemnizaciones, subió fuertemente las primas debido al alto riesgo. Frente a esto, y ante la negativa de cualquier compañía para garantizarle la cobertura al parque, Gene Mulvihill reaccionó no asegurándolo, sino prefiriendo resolver todos los casos por la vía judicial, con desastrosos resultados.
Mulvihill alargaba las demandas interpuestas contra el parque, negándose a llegar a un acuerdo. Se ganó el apodo de “El parque de las reclamaciones legales”, con unas 100 demandas al año. Como consecuencia, se declaró en quiebra y eso desencadenó su final, el 2 de septiembre de 1996. Es decir que el cierre del parque no se debió a una clausura por los graves problemas de inseguridad que tenía para sus visitantes y al mal diseño de la mayoría de sus juegos, sino a los serios inconvenientes financieros de Great American Recreation, la empresa propietaria del lugar, luego de una serie de fraudes de seguros, bajas tasas de asistencia y la sentencia a diez años de prisión de su amigo y prestamista Robert Brennan.
Ocurrió que Gene Mulvihill, quien no creía en los seguros, decidió imponer sus propias condiciones: creó una aseguradora falsa llamada London and World Assurance. Esto no solo le permitió no pagar el seguro, sino que también dio paso al lavado de dinero. El Estado norteamericano lo descubrió y llevó a cabo un juicio de tres días por una acusación de 110 cargos, que incluían fraude, robo y malversación de fondos. Si bien terminó declarándose culpable de múltiples cargos y tuvo que renunciar al control del parque, recuperó su lugar como director y lo expandió para incluir tres áreas más, hasta su cierre definitivo, en 1996.
Unos años más tarde, el parque fue comprado y dirigido por otra empresa, que lo rebautizó como Mountain Creek Waterpark, lo remodeló y le asignó estándares de seguridad rigurosos.
En 2020, Andy Mulvihill, hijo de Gene Mulvihill, plasmó su versión sobre las peripecias de su padre y los hechos acontecidos en el parque en su libro titulado Action Park: Fast Times, Wild Rides and the Untold Story of America’s Most Dangerous Amusement Park. Andy Mulvihill afirmó que, a pesar de todo, su padre nunca perdió el orgullo por su creación, reconoció que el parque “no era tan perfecto como esperaban”, pero aseguró que su padre logró algo único: “Un espacio que desafiaba los límites de la imaginación”, sostuvo.
Tiempo atrás, la cadena televisiva HBO Max, hoy devenida en la plataforma de streaming Max, estrenó un documental denominado Class Action Park, que cuenta esta tan fascinante como aterradora historia del parque de diversiones estadounidense, enriquecida con entrevistas a antiguos empleados y visitantes, que recuerdan, con gran nostalgia y conmoción, el riesgo extremo y desenfrenado del “parque de diversiones más peligroso del mundo”.